Al participar en el trabajo, la crianza de los hijos, los pasatiempos personales o alguna otra actividad, hay dos extremos de cómo hacemos lo que hacemos. Podemos adoptar la mentalidad de «lo suficientemente bueno es… lo suficientemente bueno», tratando de salir adelante con un mínimo relativo de esfuerzo. O podemos elegir un enfoque muy diferente: el del perfeccionismo; una obsesión por intentar hacer las cosas sin fallas.
Muchos de nosotros probablemente nos encontramos en algún punto intermedio, pero hace poco escuché acerca de un golfista famoso que se dio cuenta de que la mejor manera de dominar sus habilidades era adoptar un enfoque simple. El difunto Ben Hogan es considerado uno de los mejores golfistas de todos los tiempos, compitiendo desde la década de 1930 hasta mediados de la de 1950. En su libro Five Lessons: The Modern Fundamentals of Golf [Cinco Lecciones: Los fudamentos modernos del Golf, disponible en inglés], Ben Hogan, explicó el «secreto» de su éxito.
Él dijo: «…había dejado de intentar hacer muchas cosas a la perfección porque se había vuelto claro en mi mente que este ambicioso exceso de minuciosidad no era ni posible ni aconsejable, ni siquiera necesario. Todo lo que realmente se requiere para jugar un buen golf es ejecutar correctamente un número relativamente pequeño de movimientos fundamentales y correctos».
Considere esto: Reconociendo que, como descubrió Hogan, que la perfección «no es ni posible, ni aconsejable, ni necesaria siquiera», podemos liberarnos de mucho estrés innecesario. En cambio, podemos lograr el éxito en nuestras actividades elegidas, simplemente determinados a «ejecutar correctamente una cantidad relativamente pequeña de movimientos fundamentales y correctos».
En un sentido más amplio, este principio se relaciona bien con el deseo de ser, como se describe en 2 Corintios 5:20, «embajadores de Cristo». Cuando nos comprometemos a seguir a Jesucristo, eso significa representarlo no solo en nuestros hogares e iglesias, sino también en nuestras comunidades y, especialmente, donde trabajamos. ¿Cuál es el número relativamente pequeño de movimientos fundamentales verdaderos necesarios para hacer eso? Permítanme sugerir algunos que la Biblia nos proporciona:
- Pon a Dios primero. Por lo general, las personas trabajan para sí mismas, para su empresa o para sus clientes. Sin embargo, en las Escrituras se nos advierte: «Trabajen de buena gana en todo lo que hagan, como si fuera para el Señor y no para la gente» [Colosenses 3:23 NTV].
- Persigue la excelencia. Cuando nos damos cuenta de que estamos sirviendo a Dios primero, y luego a nuestros clientes, entendemos que esto requiere lo mejor de nosotros. «No está mal», no es lo suficientemente bueno. El libro de los proverbios nos dice: «¿Has visto a alguien realmente hábil en su trabajo? Servirá a los reyes en lugar de trabajar para la gente común» [Proverbios 22:29 NTV].
- Trabaja con integridad. Los negocios a menudo se negocian con documentos legalmente vinculantes, pero debemos ser conocidos como personas que se comprometen a hacer lo que prometen, incluso cuando no es conveniente. El sabio rey Salomón, expresó: «Tú solo te tiendes la trampa si a la ligera consagras algo a Dios y después de eso te pones a pensar» [Proverbios 20:25 RVC].
- Sirve con humildad. Estamos seguros de sobresalir en el lugar de trabajo cuando otras personas ven que estamos dispuestos a anteponer sus necesidades incluso a las nuestras. «No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes. No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás» [Filipenses 2:3-4 NTV].