Por Robert J. Tamasy

Cuando las circunstancias se vuelven desafiantes, hay una tendencia a creer que el resultado depende únicamente de nosotros. De esa forma de pensar se deriva la frase: «¡Si quieres que las cosas se hagan bien, entonces hazlas tú mismo!». Sin embargo, a menos que seas el único empleado en tu empresa, siempre habrá otras personas involucradas en los éxitos y fracasos de tu organización. Todos, desde la recepcionista hasta los vendedores, el conserje y el director ejecutivo, contribuyen al resultado final.

Recuerdo mis días como editor de una revista para CBMC. Yo era el escritor principal, pero también teníamos personas que contribuyeron con columnas sobre varios temas. Tenía un editor asociado y un asistente editorial. Tuvimos un diseñador gráfico e ilustradores que trabajaron para que nuestra publicación fuera visualmente atractiva. Luego estaba la gente de la editorial que hizo el trabajo de imprimir la revista.

Cada vez que recibíamos una nueva edición de la revista, llegaba a la misma conclusión: el todo, es decir, el producto terminado, era mayor que la suma de sus partes. Este proceso, utilizando los dones, talentos y experiencia de cada persona involucrada, me recordó una cita de la primera carta a los Corintios.

El contexto se refiere a la Iglesia, como lo expresa la Biblia, el «cuerpo de Cristo». Pero, este principio también se puede aplicar a cualquier lugar de trabajo. Vale la pena leer y reflexionar sobre todo el pasaje, y he aquí algunos extractos:

«El cuerpo es una unidad, aunque está compuesto de muchas partes; y aunque todas sus partes son muchas, forman un solo cuerpo. Así es con Cristo…. Pero en realidad Dios ha dispuesto las partes del cuerpo, cada una de ellas, tal como quiso que fueran. Si todos fueran una sola parte, ¿dónde estaría el cuerpo? Así las cosas, hay muchas partes, pero un solo cuerpo…» [ver 1 Corintios 12:12-26].

Estos versículos también se refieren a las partes del cuerpo que no reciben tanta atención como otras. Cuando miramos a alguien, ya sea por su apariencia física o por el trabajo que realiza, tendemos a favorecer a los que son más atractivos o producen los mejores resultados. Sin embargo, el pasaje nos recuerda:

«El ojo no puede decirle a la mano: ‘¡No te necesito!’, y la cabeza no puede decirles a los pies: ‘¡No te necesito!’, al contrario, aquellas partes del cuerpo que parecen más débiles son indispensables, y las partes que nos parecen menos honorables las tratamos con especial honor… Pero Dios ordenó los miembros del cuerpo, y dio mayor honra a las partes que carecían de ella, para que no haya división en el cuerpo, sino que sus partes se preocupen por igual los unos de los otros».

Otro pasaje de las Escrituras habla de la importancia de confiar unos en otros en lugar de pensar que podemos realizar todo el trabajo por nuestra cuenta. Eclesiastés 4:9-12 dice:

«Es mejor ser dos que uno, porque ambos pueden ayudarse mutuamente a lograr el éxito. Si uno cae, el otro puede darle la mano y ayudarle; pero el que cae y está solo, ese sí que está en problemas. Del mismo modo, si dos personas se recuestan juntas, pueden brindarse calor mutuamente; pero ¿cómo hace uno solo para entrar en calor? Alguien que está solo puede ser atacado y vencido, pero si son dos, se ponen de espalda con espalda y vencen; mejor todavía si son tres, porque una cuerda triple no se corta fácilmente» [NTV].

La próxima vez que experimentes un logro significativo en el trabajo, recuerda, agradece y reconoce a todos los que te ayudaron a hacerlo posible.

 

El MANÁ DEL LUNES, es una reflexión bíblica semanal acerca de asuntos laborales, ideal para la meditación personal y para compartir con nuestros compañeros de trabajo, al formar grupos pequeños de lectura y estudio de este breve artículo en la empresa. La versión escrita se envía por correo electrónico cada lunes de forma gratuita.