por Dan Britton

Hace varios años, un equipo de fútbol americano de una escuela secundaria en Michigan, EE.UU. canceló los últimos cinco partidos de su temporada después de perder sus primeros cuatro partidos y de no haber anotado ningún punto. Quedarse sin victorias ni anotaciones duele, pero más duele en el corazón al pensar que alguien se dio por vencido junto con ese grupo de atletas.

Piensa en las posibles victorias que esos jugadores nunca experimentarán. No me refiero a victorias en el campo. Por lo que se informó, el equipo probablemente habría terminado con nueve juegos perdidos. Sin embargo, las victorias duraderas no se tratan de puntos en el marcador, ni de triunfos y derrotas. Lo que importa son las victorias en la vida que los atletas no pudieron vivir esta temporada. Supongo que los entrenadores y directivos nunca habían escuchado la famosa cita de Winston Churchill: «Nunca te rindas; nunca, nunca, nunca, nunca. En nada grande o pequeño, grandioso o insignificante, nunca te rindas…». Para él, «renuncia» era una blasfemia de nueve letras.

En veinte años, esos atletas podrían desear que sus entrenadores no se hubieran rendido con ellos. Incluso si no hubieran ganado ni anotado, podría haber sido un momento decisivo que desarrollaría el carácter.

Desafortunadamente, renunciar es algo que ha permeado a muchos segmentos de la sociedad, incluido el mundo empresarial y profesional. La gente renuncia sin pensar en las posibles repercusiones. Creo que es necesario eliminar la palabra de nuestro vocabulario. No sólo lo veo como una maldición, sino que también se convierte en una maldición para todos los que viven según ella.

Nunca olvidaré la conversación que tuve con un chico de 16 años durante un retiro de jóvenes atletas. Durante su tiempo libre, estaba sentado solo, con la cabeza entre las manos. Algo lo estaba preocupando, así que me senté a su lado con la esperanza de ayudarlo. Simplemente pregunté: «¿Qué pasa?». Estaba preparado para la típica respuesta de un joven: problemas con las novias; alcohol o drogas; peleas con amigos o problemas en la escuela. Entonces me sorprendió cuando dijo: «Odio que mis padres me hagan dejar todo lo que empiezo».

El joven procedió a enumerar todo lo que empezó y luego abandonó. Luego dijo: «Sólo desearía que me hicieran terminar lo que comencé». ¡Guau! Normalmente escucho exactamente lo contrario: «Odio que mis padres me obliguen a terminar todo lo que empiezo». Pero este aspirante a atleta quería que lo alentaran a no darse por vencido.

La Biblia aborda claramente la importancia de no darse por vencido, de determinar enfrentar la adversidad en cualquier forma que adopte. «Amados hermanos, cuando tengan que enfrentar cualquier tipo de problemas, considérenlo como un tiempo para alegrarse mucho porque ustedes saben que, siempre que se pone a prueba la fe, la constancia tiene una oportunidad para desarrollarse. Así que dejen que crezca, pues una vez que su constancia se haya desarrollado plenamente, serán perfectos y completos, y no les faltará nada» [Santiago 1:2-4 NTV].

Nuestras familias, equipos, empresas, organizaciones, iglesias y escuelas deben ser lugares para cultivar un espíritu de terminar –y terminar bien. La palabra de nueve letras «Renunciar» debería eliminarse de nuestras conversaciones. El apóstol Pablo nos recuerda en Gálatas 6:9 la recompensa de no rendirse: «No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos» [RVR].

Cada uno de nosotros será conocido por los demás como alguien que termina o que se da por vencido. La elección es nuestra, pero la diferencia entre los dos cambia la vida. Porque es en la lucha y el esfuerzo que Dios nos forma y nos moldea. Nos perderemos lo que Él está tratando de hacer en nuestras vidas si lo dejamos cuando las cosas se ponen difíciles.