por Jim Langley

¿Qué te viene a la mente cuando escuchas el término «la vida disciplinada»? ¿Tiene connotaciones positivas o negativas? La idea de una vida disciplinada siempre me ha intrigado, especialmente porque he observado que los defensores de una teoría o causa suelen ser muy disciplinados y se esfuerzan por alcanzar la excelencia en el logro de sus objetivos percibidos. Se obsesionan con convertirse en lo mejor que pueden ser.

Los atletas estelares son buenos ejemplos. Sus vidas disciplinadas son necesarias para alcanzar su verdadero potencial. En la Biblia, el apóstol Pablo utilizó una analogía con los deportes. Él escribió: «Disciplino mi cuerpo como lo hace un atleta, lo entreno para que haga lo que debe hacer. De lo contrario, temo que, después de predicarles a otros, yo mismo quede descalificado» [1 Corintios 9:27 NTV]. Muchas profesiones han seguido un enfoque similar, estableciendo estándares excepcionalmente altos para sus respectivas disciplinas. Ser bueno no es «suficientemente bueno» para muchos de nosotros. Queremos llegar a ser los mejores, o al menos entre los mejores, en la vocación que hemos elegido.

Ser verdaderamente disciplinado significa dedicarse a una forma de vida. Este profundo compromiso se convierte en sinónimo de la causa que perseguimos. Durante los muchos años que he seguido a Jesucristo con el deseo de alinear mi fe con mis prácticas comerciales, me he convencido de que esto requiere una vida enfocada en poner la confianza en Dios primero, incluso por encima de las necesidades de los demás y de nosotros mismos. También he aprendido que esto no puede suceder de forma natural, porque nuestra naturaleza humana egocéntrica tiende a interponerse en nuestro camino. Requiere poder sobrenatural, un encuentro con Cristo que cambia la vida y que llega hasta lo más profundo de nosotros. Este cambio comenzó para mí hace muchos años, pero mi metamorfosis espiritual continúa hasta el día de hoy.

Al igual que alcanzar la excelencia en mi profesión, la vida cristiana también requiere una gran disciplina: ser fiel de la causa de Cristo, que incluye y va más allá de nuestras actividades profesionales. Esto se aplica al director ejecutivo de una empresa, a los gerentes de departamento, a los representantes de ventas y al personal de mantenimiento; no importa lo que hagamos, si somos verdaderos seguidores de Jesús, eso debería afectar la forma en que abordamos nuestras vidas y nuestro trabajo.

Se aplica incluso a la realeza. En el Salmo 86:1-4, el rey David de Israel ora: _«Señor, inclina tu oído y escúchame, pues me encuentro afligido y necesitado. Sálvame la vida, pues te soy fiel. Dios mío, salva a tu siervo, que en ti confía. Señor, ten misericordia de mí, porque a ti clamo todo el día. Alegra la vida de este siervo tuyo, porque a ti, Señor, elevo mi alma»_. ¿Puedes sentir la dedicación y la fidelidad del rey David?

Como empresario o profesional, ¿tienes el deseo de agradar a Dios a través de tu trabajo? Si es así, considera vivir una vida disciplinada que resulte en agradarle. En la mayoría de los casos, Él no espera que vivamos en monasterios ni que abandonemos todas nuestras posesiones ni profesiones. Lo que sí requiere es que lo pongamos a Él primero y a los demás antes que nuestras propias necesidades.

No importa cuán disciplinados seamos, todos tropezamos y ocasionalmente cedemos a la tentación de vez en cuando. Afortunadamente, a los que seguimos a Cristo se nos promete un camino que nos permitirá volver al camino que nuestro Señor quiere que sigamos. En 1 Corintios 10:13 se nos dice: «Las tentaciones que enfrentan en su vida no son distintas de las que otros atraviesan. Y Dios es fiel; no permitirá que la tentación sea mayor de lo que puedan soportar. Cuando sean tentados, él les mostrará una salida, para que puedan resistir» [NTV]. Pablo continúa en los siguientes dos versículos: «Por lo tanto, mis queridos amigos, huyan de la adoración a los ídolos. Ustedes son personas razonables. Juzguen por sí mismos si lo que digo es cierto». Esto, como puedes imaginar, requiere disciplina y devoción.