Robert J. Tamasy
A lo largo de mi carrera laboral, he tenido numerosas personas a las que a veces me referiría como «jefes». Eran las personas a quienes yo reportaba, quienes me habían contratado y, si no hacía mi trabajo satisfactoriamente, tenían la autoridad para despedirme. Afortunadamente, en la mayoría de los casos mis «jefes» también eran buenos líderes. Pero en el mundo empresarial y profesional, ese no es siempre el caso.
¿Cuál es la diferencia? El orador, autor y consultor Tim Kight lo resumió cuando describió cómo la perspectiva de un «jefe» difiere de la de un verdadero líder. Dijo que la mentalidad de un jefe es: «La gente que dirijo trabaja para mí. Es su responsabilidad hacer lo que les digo que hagan». Sin embargo, afirmó Kight, la mentalidad de un líder genuino es: «Trabajo para las personas que dirijo. Es mi responsabilidad brindarles el apoyo que necesitan para que puedan lograr grandes cosas».
Esto me recuerda al clásico libro de negocios Good to Great, de Jim Collins. El libro se centró en estudios que él y su equipo de investigación realizaron sobre las empresas de mayor rendimiento. Lo que descubrieron fue que, en la mayoría de los casos, las principales corporaciones no estaban dirigidas por personalidades carismáticas y conocidas, sino por personas humildes cuyas pasiones por la excelencia y el éxito se equilibraban con una gran humildad.
Al repasar la investigación, Collins observó: «Los líderes que pasaron de ser buenos a ser excelentes nunca quisieron convertirse en héroes descomunales. Nunca aspiraron a ser puestos en un pedestal ni a convertirse en íconos inalcanzables. Eran personas aparentemente comunes y corrientes que silenciosamente producían resultados extraordinarios».
Leyendo la Biblia encontramos personas similares. José, Moisés, David, Nehemías y otros en el Antiguo Testamento, y en el Nuevo Testamento, los apóstoles Pablo y Pedro, y más notablemente Jesucristo, fueron líderes que, usando los términos de Kight, vieron como su responsabilidad proporcionar al pueblo estaban liderando con el apoyo que necesitaban para lograr grandes cosas. Éstos son solo algunos de los muchos ejemplos:
1. Proyectar una visión unificadora. Una de las mejores formas de liderar es presentar una visión de trabajo que pueda inspirar a todos los involucrados. Nehemías hizo esto después de inspeccionar las ruinas de la antigua Jerusalén. El dijo al pueblo: «Ustedes saben muy bien las dificultades en que estamos. Jerusalén yace en ruinas y sus puertas fueron destruidas por fuego. ¡Reconstruyamos la muralla de Jerusalén y pongamos fin a esta desgracia!… De inmediato contestaron: —¡Sí, reconstruyamos la muralla! Así que comenzaron la buena obra» [Nehemías 2:17-18 NTV]. Todo se completó en un lapso notablemente corto.
2. Estar dispuesto para el servicio a los demás. Si alguien tenía derecho a insistir en que todos cedieran ante Él, era Jesucristo, Dios encarnado. Sin embargo, permaneció fiel a su misión: ofrecerse para recibir el castigo que nos correspondía a nosotros y dar a todos los que lo siguieran una nueva vida. «Pues ni aun el Hijo del Hombre vino para que le sirvan, sino para servir a otros y para dar su vida en rescate por muchos» [Marcos 10:45 NTV].
3. Equipando a aquellos bajo su cuidado para que prosperen. En lugar de concentrarse en lo que las personas pueden hacer para avanzar en sus propias metas, los mejores líderes se esfuerzan por encontrar formas de alentar y desafiar a quienes están a su cargo para que florezcan en el uso de los dones, habilidades y talentos que Dios les ha dado. «No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes. No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás» [Filipenses 2:3-4 NTV].