por Robert J. Tamasy

Llegas al trabajo a tiempo y tu mente ya está pensando en tus planes para el día: reuniones, fechas límite, tareas específicas o proyectos en los que deseas trabajar o finalmente completar. Te sientes totalmente en control. Hasta que te das cuenta de que no lo estás.

Una de las certezas de la vida y el trabajo es lo inciertas que pueden ser las cosas. Fue el poeta escocés Robert Burns quien observó: «Los planes mejor trazados por ratones y por hombres a menudo salen mal». Dicho de otra manera, la llamada «Ley de Murphy» advierte que, si es posible que algo salga mal, saldrá mal. Justo cuando empezamos a pensar que tenemos el control, las circunstancias pueden conspirar para demostrar que no es así.

He experimentado esta dura lección en numerosas ocasiones como periodista. Hubo un momento al comienzo de mi carrera en el que estaba trabajando en un diario y pensé que había completado el diseño de la portada. Entonces recibí una alerta de que acababa de ocurrir un trágico accidente de autobús escolar. Se acercaba la hora límite para enviar el periódico a imprenta, pero sabía que no podía ignorar esta noticia. De repente las cosas se sintieron fuera de control. Afortunadamente, en ese momento el editor en jefe con más experiencia vino a rescatarme.

Varias veces, mientras era editor de una revista, los artículos que planeábamos utilizar no se materializaron y tuvimos que cambiar rápidamente al plan B. Casos como ese disiparon cualquier noción de que yo tenía «el control». Antes de convertirme en seguidor de Jesucristo y descubrir el poder de la oración, mi primer impulso sería entrar en pánico. Incluso más adelante en mi carrera, siempre fue inquietante, sentirme fuera de control.

Dar mi vida a Cristo resultó transformador en muchos sentidos. Uno de ellos fue aprender a manejar los inevitables momentos fuera de control. De hecho, uno de los primeros versículos de la Biblia que memoricé abordó esto directamente. Proverbios 3:5-6, que llegué a considerar como mi «verso de vida», da esta advertencia: «Confía en el Señor con todo tu corazón; no dependas de tu propio entendimiento. Busca su voluntad en todo lo que hagas, y él te mostrará cuál camino tomar» [NTV].

A veces me cuesta viajar por lugares desconocidos. El GPS de mi teléfono ha sido una herramienta invaluable. Pero la vida y el trabajo no proporcionan mapas ni GPS que muestren la mejor dirección. Por eso se ha vuelto tan vital confiar en la guía de Dios, incluso cuando no puedo entender lo que Él está haciendo o a dónde me lleva. Estos son algunos de los principios que he aprendido:

1. Reconocer la confianza en Dios. Poner a Dios en primer lugar en nuestros planes y acciones y confiar en Él es crucial para no perder el rumbo. «Confía en el Señor y haz el bien… Deléitate en el Señor y Él te concederá las peticiones de tu corazón… Quédate quieto delante del Señor y espéralo con paciencia» [ver Salmo 37:3-7].

2. Confiar en las correcciones de rumbo de Dios. Al viajar es importante saber cuándo tomar una salida y cuándo permanecer en la carretera principal. Lo mismo ocurre cuando negociamos el curso de nuestras vidas, incluso en el lugar de trabajo. «Podemos hacer nuestros planes, pero el Señor determina nuestros pasos» [Proverbios 16:9 NTV].

3. Recordar a Dios nos da paz respecto al futuro. Nuestros planes a menudo fracasan porque no sabemos lo que nos espera. Para la fe puede es totalmente útil el saber que Dios es quien tiene el control. «Porque yo conozco los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. Entonces ustedes me invocarán, vendrán a suplicarme y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán cuando me busquen de todo corazón. Me dejaré encontrar —afirma el Señor—, y los haré volver del cautiverio. Yo los reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde los haya dispersado y los haré volver al lugar del cual los deporté», afirma el Señor» [Jeremías 29:11-14 NVI].